15 de enero
Debería abrir una lata. O prepararme un baño. Pero entonces seguiría dando vueltas con mi pensamiento. Si escribo, me ocupo en algo, eso me permite huir. ¿Cuántas horas sin comer? ¿Cuántos días sin lavarme? (…) , me he encerrado, han llamado al timbre en dos oportunidades, han llamado por teléfono con frecuencia, no respondo nunca, salvo a las ocho de la noche, a Maurice. Llama todos los días, puntualmente, con voz ansiosa:
-¿Qué has hecho hoy?
Contesto que que voy a ver a Isabel, Diana o Colette, que he estado en un concierto, en el cine.
-¿Y qué haces esta noche?
Digo que voy a ver a Diana o Isabelle, que iré al teatro. Insiste:
-¿Estás bien? ¿Duermes bien?
Lo tranquilizo y pregunto como está la nieve: nada extraordinario; y el tiempo tampoco brillante. Hay morosidad en su voz, como si ejecutara en Courchevel una obligación bastante agotadora. Y sé que tan pronto como cuelgue llegará riendo al bar en que Noëllie lo espera y beberán Martinis mientras comentan con animación los incidentes del día.
Eso es lo que he querido, ¿no es cierto?
He elegido enterrarme en mi sepulcro; ya no veo el día ni la noche; cuando ando demasiado mal, cuando todo se vuelve intolerable, trago alcohol, sedantes o somníferos. Cuando va un poco mejor, tomo estimulantes y me zambullo en una novela policiaca: estoy bien abastecida. Cuando el silencio me ahoga, enciendo la radio y me llegan de un planeta lejano voces que apenas comprendo: ese mundo tiene su tiempo, sus horas, sus leyes, su lenguaje, sus preocupaciones, diversiones que me son radicalmetne extraños. ¡A qué grado de abandono se puede llegar cuando se está totalmente sólo, encerrado! La habitación apesta a tabaco y a alcohol, hay ceniza por todas partes, estoy sucia, las sábanas estan sucias, el cielo está sucio, los cristales están sucios, esta suciedad es un caparazón que me protege, no saldré de ella nunca más. Sería fácil deslizarse algo más lejos en la nada, hasta el punto sin retorno. En mi cajón tengo lo que hace falta. ¿Pero no quiero, no quiero! ¡Tengo cuarenta y cuatro años, es demasiado pronto para morir, es injusto! Ya no puedo vivir más. No quiero morir.
Durante dos semanas no he escrito nada en este cuaderno porque me he releído. Y he visto que las palabras no dicen nada. Las rabias, las pesadillas, el horror escapan a las palabras. Pongo cosas en el papel cuando recupero fuerzas. En la desesperación o en la esperanza. Pero la decepción, el embrutecimiento, la descomposición no están anotadas en estas páginas. Y además ¡mienten tanto, se equivocan tanto! ¡Cómo he sido manipulada! Despacio, despacio, Maurice me llevó a decirle: «¡Elige!», a fin de contestarme: «No renunciaré a Noëllie.» ¡Oh!, no voy a volver a comentar esta historia. No hay una sola linea de este diario que requiera una corrección o un desmentido. Por ejemplo, si lo empecé, en las Salinas, no es a causa de una juventud repentinamente recuperada ni para poblar mi soledad, sino para conjurar una cierta ansiedad que no se confesaba. Estaba oculta en el fondo del silencio y del calor de esa inquietante siesta, ligada a las morosidades de Maurice a su partida. Sí, a todo lo largo de estas páginas yo pensaba lo que escribía y pensaba lo contrario; y al releerlas me siento completamente perdida. Hay frases que me hacen ruborizar de vergüenza… «Siempre quise la verdad, si la obtuve es porque la quería». ¡Puede alguien engañarse hasta ese punto respecto a su vida! ¿Todo el mundo es tan ciego o soy tonta entre las tontas? No solamente una tonta. Yo me mentía. ¡Cómo me he mentido! Me relataba que Noëllie no contaba para nada, que Maurice me prefería y sabía perfectamente que era falso. Volví a tomar la pluma no para volver hacia atrás sino porque el vacio era tan inmenso en mí, a mi alrededor, que era preciso este gesto de mi mano para asegurarme de que aún estaba viva.
La mujer rota. Simone de Beauvoir
He querido hacer escuchar aquí las voces de tres mujeres que se debaten con palabras en situaciones sin salida. Una tropieza con una ineluctable fatalidad, la de la edad. La segunda conjura por medio de un monólogo parafrenético la soledad adonde la ha arrojado su egoísmo exacerbado. La mujer rota es la víctima estupefacta de la vida que ella misma se eligió: una dependencia conyugal que la deja despojada de todo y de sus ser mismo cuando el amor le es rehusado. Sería en vano buscar moralejas en estos relatos: proponer lecciones , no; mi intención ha sido totalmente diferente. No se vive más que una sola vida, pero, por la simpatía, a veces es posible salirse de de la propia piel. He querido comunicar a mis lectores ciertas experiencias de las cuales participé de esa manera. Me siento solidaria de las mujeres que han asumido su vida y luchan por logar sus objetivos; pero eso no me impide -al contrario- interesarme por aquellas que, de un modo u otro, han fracasado.
Simone de Beauvoir
Fuente original
Simone de Beauvoir
La mujer rota
Título original:
L´age de la discretion Monologue La femme rompue
Traducción de Dolores Sierra y N. Sánchez
Revisión de J. Sanjosé-Carvajosa
© Editions Gallimard, 1968
© Edhsa, 1980
Foto l La Jornada Semanal
Víal Algún día en alguna parte: Las otras mujeres de Simone de Beauvoir.