Nos Queda La Palabra

enero 29, 2009

Sí, amigo…, ha muerto…

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Ilustración del cuento «La tristeza» en una
edición rusa de 1921, por T. Shishmarevoi
(extraída de   ars creatio )

 

La tristeza,  A. Chejov . 

 

La capital está envuelta en las penumbras vespertinas. La nieve cae lentamente en gruesos copos, gira alrededor de los faroles encendidos, se extiende, en fina, blanda capa, sobre los tejados, sobre los lomos de los caballos, sobre los hombros humanos, sobre los sombreros.

     El cochero Yona está todo blanco, como un aparecido. Sentado en el pescante de su trineo, encorvado el cuerpo cuanto puede estarlo un cuerpo humano, permanece inmóvil. Diríase que ni un alud de nieve que le cayese encima le sacaría de su quietud.

     Su caballo está también blanco e inmóvil. Por su inmovilidad, por las líneas rígidas de su cuerpo, por la tiesura de palos de sus patas, parece, aun mirado de cerca, un caballo de dulce de los que se les compran a los chiquillos por un copec. Hállase sumido en sus reflexiones: un hombre o un caballo, arrancados del trabajo campestre y lanzados al infierno de una gran ciudad, como Yona y su caballo, están siempre entregados a tristes pensamientos. Es demasiado grande la diferencia entre la apacible vida rústica y la vida agitada, toda ruido y angustia, de las ciudades relumbrantes de luces.

     Hace mucho tiempo que Yona y su caballo permanecen inmóviles. Han salido a la calle antes de almorzar; pero Yona no ha ganado nada.

     Las sombras se van adensando. La luz de los faroles se va haciendo más intensa, más brillante. El ruido aumenta.

     -¡Cochero! -oye de pronto Yona-. ¡Llévame a Viborgskaya!

     Yona se estremece. Al través de las pestañas cubiertas de nieve ve a un militar con impermeable.

     -¿Oyes? ¡A Viborgskaya! ¿Estás dormido?

     Yona le da un latigazo al caballo, que se sacude la nieve del lomo. El militar toma asiento en el trineo. El cochero arrea al caballo, estira el cuello como un cisne y agita el látigo. El caballo también estira el cuello, levanta las patas, y, sin apresurarse, se pone en marcha.

     -¡Ten cuidado! -grita otro cochero invisible, con cólera-. ¡Nos vas a atropellar, imbécil! ¡A la derecha!

     -¡Vaya un cochero! -dice el militar-. ¡A la derecha!

     Siguen oyéndose los juramenitos del cochero invisible. Un transeunte que tropieza con el caballo de Yona gruñe amenazador. Yona, confuso, avergonzado, descarga algunos latigazos sobre el lomo del caballo. Parece aturdido, atontado, y mira alrededor como si acabase de despertarse de un sueño profundo.

     -¡Se diría que todo el mundo ha organizado una conspiración contra ti! -dice con tono irónico el militar-. Todos procuran fastidiarte, meterse entre las patas de tu caballo. ¡Una verdadera conspiración!

     Yona vuelve la cabeza y abre la boca. Se ve que quiere decir algo; pero sus labios están como paralizados, y no puede pronunciar una palabra.

     El cliente advierte sus esfuerzos y pregunta:

     -¿Qué hay?

     Yona hace un nuevo esfuerzo y contesta con voz ahogada:

     -Ya ve usted, señor… He perdido a mi hijo… Murió la semana pasada…

     -¿De veras?… ¿Y de qué murió?

     Yona, alentado por esta pregunta, se vuelve aún más hacia el cliente y dice:

     -No lo sé… De una de tantas enfermedades… Ha estado tres meses en el hospital y a la postre… Dios que lo ha querido.

     -¡A la derecha! -óyese de nuevo gritar furiosamente-. ¡Parece que estás ciego, imbécil!

     -¡A ver! -dice el militar-. Ve un poco más aprisa. A este paso no llegaremos nunca. ¡Dale algún latigazo al caballo!

     Yona estira de nuevo el cuello como un cisne, se levanta un poco, y de un modo torpe, pesado, agita el látigo.

     Se vuelve repetidas veces hacia su cliente, deseoso de seguir la conversación; pero el otro ha cerrado los ojos y no parece dispuesto a escuchale.

     Por fin, llegan a Viborgskaya. El cochero se detiene ante la casa indicada; el cliente se apea. Yona vuelve a quedarse solo con su caballo. Se estaciona ante una taberna y espera, sentado en el pescante, encorvado, inmóvil. De nuevo la nieve cubre su cuerpo y envuelve en un blanco cendal caballo y trineo.

     Una hora, dos… ¡Nadie! ¡Ni un cliente!

     Mas he aquí que Yona torna a estremecerse: ve detenerse ante él a tres jóvenes. Dos son altos, delgados; el tercero, bajo y chepudo.

     -¡Cochero, llévanos al puesto de policía! ¡Veinte copecs por los tres!

     Yona coge las riendas, se endereza. Veinte copecs es demasiado poco; pero, no obstante, acepta; lo que a él le importa es tener clientes.

     Los tres jóvenes, tropezando y jurando, se acercan al trineo. Como sólo hay dos asientos, discuten largamente cuál de los tres ha de ir de pie. Por fin se decide que vaya de pie el jorobado.

     -¡Bueno; en marcha! -le grita el jorobado a Yona, colocándose a su espalda-. ¡Qué gorro llevas, muchacho! Me apuesto cualquier cosa a que en toda la capital no se puede encontrar un gorro más feo…

     -¡El señor está de buen humor! -dice Yona con risa forzada-. Mi gorro…

     -¡Bueno, bueno! Arrea un poco a tu caballo. A este paso no llegaremos nunca. Si no andas más aprisa te administraré unos cuantos sopapos.

     -Me duele la cabeza -dice uno de los jóvenes-.

     Ayer, yo y Vaska nos bebimos en casa de Dukmasov cuatro botellas de caña.

     -¡Eso no es verdad! -responde el otro- Eres un embustero, amigo, y sabes que nadie te cree.

     -¡Palabra de honor!

     -¡Oh, tu honor! No daría yo por él ni un céntimo.

     Yona, deseoso de entablar conversación, vuelve la cabeza, y, enseñando los dientes, ríe atipladamente.

     -¡Ji, ji, ji!… ¡Qué buen humor!

     -¡Vamos, vejestorio! -grita enojado el chepudo-. ¿Quieres ir más aprisa o no? Dale de firme al gandul de tu caballo. ¡Qué diablo!

     Yona agita su látigo, agita las manos, agita todo el cuerpo. A pesar de todo, está contento; no está solo. Le riñen, le insultan; pero, al menos, oye voces humanas. Los jóvenes gritan, juran, hablan de mujeres. En un momento que se le antoja oportuno, Yona se vuelve de nuevo hacia los clientes y dice:

     -Y yo, señores, acabo de perder a mi hijo. Murió la semana pasada…

     -¡Todos nos hemos de morir!-contesta el chepudo-. ¿Pero quieres ir más aprisa? ¡Esto es insoportable! Prefiero ir a pie.

     -Si quieres que vaya más aprisa dale un sopapo -le aconseja uno de sus camaradas.

     -¿Oyes, viejo estafermo?-grita el chepudo-. Te la vas a ganar si esto continúa.

     Y, hablando así, le da un puñetazo en la espalda.

     -¡Ji, ji, ji! -ríe, sin ganas, Yona-. ¡Dios les conserve el buen humor, señores!

     -Cochero, ¿eres casado? -pregunta uno de los clientes.

     -¿Yo? !Ji, ji, ji! ¡Qué señores más alegres! No, no tengo a nadie… Sólo me espera la sepultura… Mi hijo ha muerto; pero a mí la muerte no me quiere. Se ha equivocado, y en lugar de cargar conmigo ha cargado con mi hijo.

     Y vuelve de nuevo la cabeza para contar cómo ha muerto su hijo; pero en este momento el chepudo, lanzando un suspiro de satisfacción, exclama:

     -¡Por fin, hemos llegado!

     Yona recibe los veinte copecs convenidos y los clientes se apean. Les sigue con los ojos hasta que desaparecen en un portal.

     Torna a quedarse solo con su caballo. La tristeza invade de nuevo, más dura, más cruel, su fatigado corazón. Observa a la multitud que pasa por la calle, como buscando entre los miles de transeúntes alguien que quiera escucharle. Pero la gente parece tener prisa y pasa sin fijarse en él.

     Su tristeza a cada momento es más intensa. Enorme, infinita, si pudiera salir de su pecho inundaría el mundo entero.

     Yona ve a un portero que se asoma a la puerta con un paquete y trata de entablar con él conversación.

     -¿Qué hora es? -le pregunta, melifluo.

     -Van a dar las diez -contesta el otro-. Aléjese un poco: no debe usted permanecer delante de la puerta.

     Yona avanza un poco, se encorva de nuevo y se sume en sus tristes pensamientos. Se ha convencido de que es inútil dirigirse a la gente.

     Pasa otra hora. Se siente muy mal y decide retirarse. Se yergue, agita el látigo.

     -No puedo más -murmura-. Hay que irse a acostar.

     El caballo, como si hubiera entendido las palabras de su viejo amo, emprende un presuroso trote.

     Una hora después Yona está en su casa, es decir, en una vasta y sucia habitación, donde, acostados en el suelo o en bancos, duermen docenas de cocheros. La atmósfera es pesada, irrespirable. Suenan ronquidos.

     Yona se arrepiente de haber vuelto, tan pronto. Además, no ha ganado casi nada. Quizá por eso -piensa- se siente tan desgraciado.

     En un rincón, un joven cochero se incorpora. Se rasca el seno y la cabeza y busca algo con la mirada.

     -¿Quieres beber? -le pregunta Yona.

     -Sí.

     -Aquí tienes agua… He perdido a mi hijo… ¿Lo sabías?… La semana pasada, en el hospital… ¡Qué desgracia!

     Pero sus palabras no han producido efecto alguno. El cochero no le ha hecho, caso, se ha vuelto a acostar, se ha tapado la cabeza con la colcha y momentos después se le oye roncar.

     Yona exhala un suspiro. Experimenta una necesidad imperiosa, irresistible, de hablar de su desgracia. Casi ha transcurrido una semana desde la muerte de su hijo; pero no ha tenido aún ocasión de hablar de ella con una persona de corazón. Quisiera hablar de ella largamente, contarla con todos sus detalles. Necesita referir cómo enfermó su hijo, lo que ha sufrido, las palabras que ha pronunciado al morir. Quisiera también referir cómo ha sido el entierro… Su difunto hijo ha dejado en la aldea una niña de la que también quisiera hablar. ¡Tiene tantas cosas que contar! ¡Qué no daría él por encontrar alguien que se prestase a escucharle, sacudiendo compasivamente la cabeza, suspirando, compadeciéndole! Lo mejor sería contárselo todo a cualquier mujer de su aldea; a las mujeres, aunque sean tontas, les gusta eso, y basta decirles dos palabras para que viertan torrentes de lágrimas.

     Yona decide ir a ver a su caballo.

     Se viste y sale a la cuadra.

     El caballo, inmóvil, come heno.

     -¿Comes? -le dice Yona, dándole palmaditas en el lomo-. ¿Qué se le va a hacer, muchacho? Como no hemos ganado para comprar avena hay que contentarse con heno… Soy ya demasiado viejo para ganar mucho… A decir verdad, yo no debía ya trabajar; mi hijo me hubiera reemplazado. Era un verdadero, un soberbio cochero; conocía su oficio como pocos. Desgraciadamente, ha muerto…

     Tras una corta pausa, Yona continúa:

     -Sí, amigo…, ha muerto… ¿Comprendes? Es como si tú tuvieras un hijo y se muriera… Naturalmente, sufrirías, ¿verdad?…

     El caballo sigue comiendo heno, escucha a su viejo amo y exhala un aliento húmedo y cálido.

     Yona, escuchado al cabo por un ser viviente, desahoga su corazón contándoselo todo.

  

Fuente : Biblioteca virtual Miguel de Cervantes

enero 28, 2009

«A la memoria fusilada»

Toni Gudiel

«El mirador de la memoria»

Foto: Toni Gudiel

 Tirotean en El Torno la estatua a la Memoria Histórica horas después de su inauguración.

«No sabemos si repararemos las señales que tiene el monumento o como recuerdo por estos hechos seguirán así».

Alberto Rubio Malpartida, presidente de la Asociación Comarcal de Jóvenes del Valle del Jerte

Fuente :   ElPeriodico-Extremadura, un artículo de Faustino Martín.

 

Subidas en el cerro las estatuas marrones,

simulan el cuarteto de personajes caídos;

son de hierro y argamasa, Jerte,

que miradas desde abajo son más altas.

 

Un trueno silenciado ha herido el hombro,

una vergüenza oculta asola el valle,

salen los jóvenes a hombro descubierto

y reviven la memoria engalanada.

 

Dejadlas heridas y sumisas,

será difícil restaurarlas,

ahora muestran la lección completa…

que los niños aprendan de los adultos huecos.

 

(En agradecimiento a los jóvenes dolidos del Valle del Jerte)

«A la memoria fusilada», por   Goyo Tovar

 

enero 26, 2009

Guerra Civil a Catalunya: Testimonis i vivències

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Guerra Civil a Catalunya: Testimonis i vivències
Inicio: 13.01.2009 – Final: 01.03.2009
Museu d’Història de Catalunya
Del 13 de Gener a l’1 de Març de 2009

 

Historia y recuerdos

Se cumplen 70 años de la entrada de Franco en Barcelona

La efeméride coincide con diversos libros y exposiciones en torno a la Guerra Civil | La Ciudad Condal cayó el 26 de enero de 1939, cuando la victoria de los nacionales era cuestión de días

«Un zumbido sordo empezó a oírse. Un zumbido grave que rompía el silencio de aquella mañana expectante, distinta. […. ] Motores, gritos, músicas, canciones guerreras salidas de potentes altavoces desafinados empezaron a invadirlo todo».

El cineasta Antonio Isasi-Isasmendi recuerda en sus memorias infantiles, Los díasgrises (Alfaguara), la entrada de las tropas franquistas a Barcelona cuando él apenas contaba con 12 años. Tras la caída de la ciudad el 26 de enero de 1939 -hoy se cumple el 70 aniversario-, la victoria de los nacionales era cuestión de días. «El fin de la guerra nos dejaba huérfanos y nos enfrentaba a un tiempo incierto que marcaría el desconcertante destino que se cernía sobre nosotros».

El prepúber Isasi-Isasmendi rememora en su biografía de guerra la figura de su madre y la de cientos de ciudadanos que sobrevivían en los últimos días del conflicto fratricida. Hambre, frío y miedo, vistos por los ojos de un niño; pero también dolor y violencia a través de la mirada de un adulto: Lumen reedita Los grandes cementerios bajo la luna, del ensayista francés George Bernanos, que llegó a Palma de Mallorca de la mano de un Levantamiento del que se distanció rápidamente por los actos de represión franquista de los que fue testigo.

Desde la cátedra, RBA publica las nuevas obras de los escritores y periodistas Ignacio Martínez de Pisón, que recopila en Partes de guerra (RBA) los relatos bélicos de Pere Calders, Miguel Delibes, Mercè Rodoreda o Andrés Trapiello, entre otros, para tejer una novela colectiva sobre la Guerra Civil; y Jorge M. Reverte, padre del ensayo de título explícito, El arte de matar. Cómo se hizo la Guerra Civil española (RBA).

1939.  La cara oculta de los últimos días de la Guerra Civil (Plaza&Janés), del periodista José María Zabala, y La lista de los 14, una historia real sobre los presos políticos en Asturias por Nacho Guirado, son algunas de las novedades que coparán estos meses las librerías en recuerdo de una generación.

Guerra y exilio

Para lograr el background necesario y acercarnos a los millones de voces anónimas, el Museu d’Història de Catalunya acoge hasta el 1 de marzo Guerra civil a Catalunya: Testimonis i vivències, una exposición con documentos inéditos -desde cartas, dietarios o fotografías -que relatan la vida en el frente y la supervivencia en las calles catalanas.

Además, hasta el 7 de febrero, el Centre de Cultura Francesca Bonnemaison repasa en la muestra Les preses de Franco los primeros años de posguerra, cuando entre 80.000 y 100.000 catalanes emprendieron el camino del exilio.

Un artículo de Cristina Fallarás García,  Adn.es –  Barcelona

enero 23, 2009

ateos.org

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ateos.org

UAL -Unión de ateos y librepensadores 

El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo solución.

Jean Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo  

 

Hace un par de meses el Tribunal Supremo denegó el derecho a la apostasía.

Desde Off Limits se ha convocado un encuentro con el fin de buscar opciones para obtener la ex – comunión conjunta/masiva.   Para ello se va a crear un grupo de trabajo que invente la mejor forma de visualizar la situación y al mismo tiempo poder salir de la Iglesia Católica.

Sigue… en la  Bitácora de Manuel Granda

Cuidando al elefante…

La consistencia de los sueños

La consistencia de los sueños

 

«Todos somos productos de la cultura, de la historia, de un idioma.

Pero no podemos quedarnos ahí y encasillarnos.

Sobre todo tiene que primar la identidad humana»

 José Saramago

Fuente : Fundación César Manrique. Sala Taro, La consistencia de los sueños

 

El viaje del elefante,  «una metáfora de la vida humana»

Publicado en Noticias by Sérgio Letria en Enero 19th, 2009

Vía El blog de la Fundación

En el blog de la Fundación  está abierta la posibilidad de escribir  una carta al inefable autor, a través de la sección Cartas al Escritor:  cartas@josesaramago.org

 

Siempre acabamos llegando a donde nos esperan.

Libro de los Itinerarios

 

enero 21, 2009

Al guruguru…

 

 

LENGUAJEFLAMENC0

Solo quiero caminar

 Guitarra Flamenca – Paco de Lucía

Cante – Pepe de Lucía

 

Yo solo quiero caminar
como corre la lluvia en el cristal
como camina el río hacia  la mar

Repicando canto al alba
a la torre de la campana
y un rayo de sol alumbra
la escarcha de la mañana.

 Yo solo quiero caminar…

 

Entrada actulizada con fecha 20.05.10

 

enero 19, 2009

Libertar-se-á… nunca mais!

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Autorretrato
Autorretrato

 

O corvo

Numa meia-noite agreste, quando eu lia, lento e triste,
Vagos curiosos tomos de ciências ancestrais,
E já quase adormecia, ouvi o que parecia
O som de alguém que batia levemente a meus umbrais.
«Uma visita», eu me disse, «está batendo a meus umbrais.
É só isto, e nada mais.»

Ah, que bem disso me lembro! Era no frio dezembro
E o fogo, morrendo negro, urdia sombras desiguais.
Como eu qu’ria a madrugada, toda a noite aos livros dada
P’ra esquecer (em vão!) a amada, hoje entre hostes celestiais –
Essa cujo nome sabem as hostes celestiais,
Mas sem nome aqui jamais!

Como, a tremer frio e frouxo, cada reposteiro roxo
Me incutia, urdia estranhos terrores nunca antes tais!
Mas, a mim mesmo infundindo força, eu ia repetindo:
«É uma visita pedindo entrada aqui em meus umbrais;
Uma visita tardia pede entrada em meus umbrais.
É só isto, e nada mais».

E, mais forte num instante, já nem tardo ou hesitante,
«Senhor», eu disse, «ou senhora, decerto me desculpais;
Mas eu ia adormecendo, quando viestes batendo
Tão levemente, batendo, batendo por meus umbrais,
Que mal ouvi…» E abri largos, franqueando-os, meus umbrais.
Noite, noite e nada mais.

A treva enorme fitando, fiquei perdido receando,
Dúbio e tais sonhos sonhando que os ninguém sonhou iguais.
Mas a noite era infinita, a paz profunda e maldita,
E a única palavra dita foi um nome cheio de ais –
Eu o disse, o nome dela, e o eco disse aos meus ais,
Isto só e nada mais.

Para dentro então volvendo, toda a alma em mim ardendo,
Não tardou que ouvisse novo som batendo mais e mais.
«Por certo», disse eu, «aquela bulha é na minha janela.
Vamos ver o que está nela, e o que são estes sinais.
Meu coração se distraía pesquisando estes sinais.
É o vento, e nada mais.»

Abri então a vidraça, e eis que, com muita negaça,
Entrou grave e nobre um Corvo dos bons tempos ancestrais.
Não fez nenhum cumprimento, não parou nem um momento,
Mas com ar solene e lento pousou sobre os meus umbrais,
Num alvo busto de Atena que há por sobre meus umbrais,
Foi, pousou, e nada mais.

E esta ave estranha e escura fez sorrir minha amargura
Com o solene decoro de seus ares rituais.
«Tens o aspecto tosquiado», disse eu, «mas de nobre e ousado,
Ó velho Corvo emigrado lá das trevas infernais!
Dize-me qual o teu nome lá nas trevas infernais.»
Disse o Corvo, «Nunca mais».

Pasmei de ouvir este raro pássaro falar tão claro,
Inda que pouco sentido tivessem palavras tais.
Mas deve ser concedido que ninguém terá havido
Que uma ave tenha tido pousada nos seus umbrais,
Ave ou bicho sobre o busto que há por sobre seus umbrais,
Com o nome «Nunca mais».

Mas o Corvo, sobre o busto, nada mais dissera, augusto,
Que essa frase, qual se nela a alma lhe ficasse em ais.
Nem mais voz nem movimento fez, e eu, em meu pensamento
Perdido, murmurei lento, «Amigos, sonhos – mortais
Todos – todos já se foram. Amanhã também te vais.»
Disse o Corvo, «Nunca mais».

A alma súbito movida por frase tão bem cabida,
«Por certo», disse eu, «são estas suas vozes usuais.
Aprendeu-as de algum dono, que a desgraça e o abandono
Seguiram até que o entono da alma se quebrou em ais,
E o bordão de desesp’rança de seu canto cheio de ais
Era este ‘Nunca mais'».

Mas, fazendo inda a ave escura sorrir a minha amargura,
Sentei-me defronte dela, do alvo busto e meus umbrais;
E, enterrado na cadeira, pensei de muita maneira
Que qu’ria esta ave agoureira dos maus tempos ancestrais,
Esta ave negra e agoureira dos maus tempos ancestrais,
Com aquele «Nunca mais».

Comigo isto discorrendo, mas nem sílaba dizendo
À ave que na minha alma cravava os olhos fatais,
Isto e mais ia cismando, a cabeça reclinando
No veludo onde a luz punha vagas sobras desiguais,
Naquele veludo onde ela, entre as sobras desiguais,
Reclinar-se-á nunca mais!

Fez-se então o ar mais denso, como cheio dum incenso
Que anjos dessem, cujos leves passos soam musicais.
«Maldito!», a mim disse, «deu-te Deus, por anjos concedeu-te
O esquecimento; valeu-te. Toma-o, esquece, com teus ais,
O nome da que não esqueces, e que faz esses teus ais!»
Disse o Corvo, «Nunca mais».

«Profeta», disse eu, «profeta – ou demônio ou ave preta! –
Fosse diabo ou tempestade quem te trouxe a meus umbrais,
A este luto e este degredo, a esta noite e este segredo,
A esta casa de ânsia e medo, dize a esta alma a quem atrais
Se há um bálsamo longínquo para esta alma a quem atrais!»
Disse o Corvo, «Nunca mais».

«Profeta», disse eu, «profeta – ou demônio ou ave preta! –
Pelo Deus ante quem ambos somos fracos e mortais,
Dize a esta alma entristecida, se no Éden de outra vida,
Verá essa hoje perdida entre hostes celestiais,
Essa cujo nome sabem as hostes celestiais!»
Disse o Corvo, «Nunca mais».

«Que esse grito nos aparte, ave ou diabo!», eu disse. «Parte!
Torna à noite e à tempestade! Torna às trevas infernais!
Não deixes pena que ateste a mentira que disseste!
Minha solidão me reste! Tira-te de meus umbrais!
Tira o vulto de meu peito e a sombra de meus umbrais!»
Disse o Corvo, «Nunca mais».

E o Corvo, na noite infinda, está ainda, está ainda,
No alvo busto de Atena que há por sobre os meus umbrais.
Seu olhar tem a medonha cor de um demônio que sonha,
E a luz lança-lhe a tristonha sombra no chão mais e mais.
E a minhalma dessa sombra que no chão há mais e mais,
Libertar-se-á… nunca mais!

 «The Raven» , de Edgar Allan Poe, por Fernando Pessoa.

 

Fuente: La Máquina del Tiempo

Spleen

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Las Médulas. León
Las Médulas, León

Paul   Verlaine
Spleen

Les roses étaient toutes rouges,
Et les lierres étaient tout noirs. 

Chère, pour peu que tu te bouges,
Renaissent tous mes désespoirs.

Le ciel était trop bleu, trop tendre
La mer trop verte et l’air trop doux.

Je crains toujours,- ce qu’est d’attendre!
Quelque fuite atroce de vous.

Du houx à la feuille vernie
Et du luisant buis je suis las,

Et de la campagne infinie
Et de tout, fors de vous, hélas!

 

enero 11, 2009

Guerra

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Miguel Hernández

Todas las madres del mundo,
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
el origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la fecundidad se queda.
El mar tiene sed y tiene
sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio
y el amor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.

La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un hueco, una herida
por donde lanzarse afuera.
La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvanecen
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.

Desaparecer: el ansia
general, creciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.
Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto relampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?

Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse, piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.

Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirugía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.

 
Fuente I Biblioteca Digital Ciudad Seva

enero 6, 2009

Siempre, Chavela.

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La Despedida

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